Editorial
Resumen
El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de las judías, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos, que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales (1).
El texto en el epígrafe, perteneciente a Brecht, destaca la alienación, la
antipatía, la resistencia o hasta incluso el horror que los sujetos sienten muchas
veces frente a las dificultades de ejercer su ciudadanía. Desde hace décadas,
esta condición es atribuida, al menos en parte, al miedo a la libertad y a
la responsabilidad que supone (2). Pero el hecho de no ser escuchados, la poca
identificación con aquellos elegidos para representarlos, la impunidad ante la
malversación de la cosa pública, la falta de acceso a los derechos fundamentales, como la salud y la educación, también minan la esperanza de los ciudadanos, contribuyendo a provocar apatía y producir “analfabetos políticos” a gran escala. Esta condición es también una herencia perversa de más de veinte años de una dictadura militar que se instaló en el país a partir de la década de 1960.